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CHOQUEQUIRAO (I): el Apurímac que nos habla

6 de noviembre de 2011

Por José María Fernández Díaz-Formentí. © http://www.formentinatura.com

Está impaciente por alcanzar la llanura amazónica, donde descansará ensanchándose y remansando algo sus aguas. El río Apurímac se abre paso entre los Andes peruanos con violencia. Profundísimos cañones intentan cerrarle el paso durante su singladura, pero el Apurímac los atraviesa con decisión y prisa, rugiendo en lo hondo del abismo con su fuerte caudal. “Apu”, en quechua, es una divinidad de la naturaleza, habitualmente una montaña sagrada, tenida por viva y con influencia o tutela directa en los ciclos vitales (agua, cosechas, etc) de la región que domina. “Rímac” significa hablador, comunicador u oráculo. Por tanto el nombre de Apurímac parece hacer referencia a un oráculo, un lugar en el que una divinidad nos habla, tal vez los Apus tutelares de la cordillera de Vilcabamba.

RÍOS SAGRADOS

Otras interpretaciones del significado del nombre del Apurímac consideran al propio río un Apu, y por tanto se interpretaría como “dios que habla”,”señor rugiente” o “gran gritón” (significado este último dado por Bingham, el “descubridor” al mundo de Machu Picchu). Estas traducciones podrían ser valiosas sí realmente consideramos al río un Apu en sí mismo, pero lo cierto es que los apus solían considerarse más bien a las montañas nevadas, y en el trayecto del Apurímac hay unas cuantas, destacando el Salkantay. En los cañones que recorre este río sagrado lo escucharemos murmurar cuando estamos muy arriba, hablar si es que estamos a media ladera, y rugir al acercarnos a sus orillas (y más si es época de lluvias, cuando llega a ser atronador). Si uno se detiene a escuchar al Apurímac no oye un sonido constante y monótono, sino variable y oscilante, producto de su desesperado encierro entre paredes y rocas, de súbitos desplomes en sus orillas, de choques, turbulencias, roces entre piedras, remolinos y rabiones.

El Apurímac en playa Rosalinas, camino a Choquequirao

El Apurímac y el Urubamba o Vilcanota eran los dos grandes ríos sagrados de los incas. Ambos discurren relativamente paralelos durante parte de su recorrido, hasta unirse finalmente para formar el Ucayali, ya en la selva, que es el padre del gran Amazonas. La capital incaica, Cuzco (Cusco), se encuentra precisamente entre ambos cauces, a los que también separa aguas abajo (oeste) la majestuosa y remota cordillera de Vilcabamba.

Los principales apus tutelares de estas cuencas fluviales son, en el caso del Urubamba, el nevado Ausangate (6372 m, al sureste de Cuzco, en dirección al lago Titicaca), y los del Apurímac serían el conjunto de nevados de la cordillera de Vilcabamba, presidida por el imponente Apu Salkantay (6271 m, al oeste de Cuzco).

El Apu Salkantay (6271 m) al amanecer.

El Salkantay también estaría implicado en los ciclos vitales del río Urubamba, pues las aguas de sus deshielos alcanzan a ambos ríos. Según una hermosa leyenda, del Ausangate venían las aguas que fertilizaban a la madre Tierra (Pachamama) a través del río Urubamba, que los incas veían desaparecer en la selva amazónica, sin verlo llegar al océano. Por ello creían que sus aguas regresaban durante la noche a sus nevados sagrados desde la selva en forma de un río celestial, que eran las estrellas de la Vía Láctea (Hatun Mayu o Gran Río).

La Vía Láctea o Gran Río Celestial (Hatun Mayu) visto desde el campamento en Choquequirao.

EL ORÁCULO APURIMA Y LA SACERDOTISA SARPAY

En el Apurímac los Apus hablaban. O tal vez sencillamente el nombre se debe a la existencia de un ídolo-oráculo en su cañón. Una deidad que hablaba, llamada Apurima, quizá no necesariamente vinculada a los apus montañosos, y que por tener allí su adoratorio, el río adoptó su nombre: A mediados del siglo XVI el cronista español Pedro Cieza de León nos cuenta que, camino de Cuzco, al poco de cruzar el famoso puente de Maukachaka sobre el cañón del Apurímac (véase artículo de este blog “Q’eswachaka, el último puente inca”) “se ve luego donde estuvieron los aposentos de los ingas, y en donde tenían un oráculo, y el demonio respondía (a lo que los indios dicen) por el troncón de un árbol, junto al cual enterraban oro y hacían sus sacrificios”. Un siglo después, a mediados del XVII, el padre Bernabé Cobo en su «Historia del Nuevo Mundo»  (libro XIII, capítulo XX) cuenta que «en la ribera del río Apurima había un templo muy pintado, era adoratorio célebre. Dentro dél estaba hincado un palo del grosor de un hombre, muy ensangrentado por los sacrificios que le hacían. Tenía ceñido un cinto de oro del anchor de una mano, con dos pechos de mujer, de oro macizo, y estaba este palo o ídolo vestido con hábito de mujer, con vestiduras de oro muy delicadas y con muchos topos o alfileres grandes de los que usaban las indias. A los lados deste ídolo había otros pequeños, de una parte y otra, que tomaban el ancho del aposento, los cuales estaban bañados de sangre y vestidos con hábitos de mujeres. Pero el ídolo mayor, que se decía Apurima, solía hablar por él el demonio a los indios«. Cuando el ídolo del oráculo fue retirado, la sacerdotisa que lo custodiaba, Sarpay, no pudo concebir tal sacrilegio y se arrojó al abismo para intentar aplacar con su muerte la cólera del divinizado río: «Era guarda deste ídolo y su templo una señora que se decía Sarpay, del linaje de los incas, la cual se despeñó desde una muralla o muy alta laja, que se baja para llegar al río, al cual se arrojó desde lo alto, tapándose la cara y llamando a su dios Apurima, lo cual hizo de pena de que viniese, como vino, a poder de los españoles

El cañón del Apurímac en el que asienta Choquequirao (señalado con flecha)

En lo alto de uno de los más profundos cañones del Apurímac se encuentra Choquequirao, una ciudad inca de la que queda mucho por conocer. Por el momento sólo se ha despejado poco más de un 30% de la selva de montaña que la cubre, y ya ha deparado sorprendentes y originales descubrimientos en el contexto de la arqueología andina. Choquequirao es un lugar fascinante e impresionante, a la vez que enigmático. Llegar al mismo es duro y exige un notable sacrificio físico, pues se alcanza tras dos días de fatigosa caminata descendiendo y ascendiendo los 1500 metros de desnivel del cañón. Pero hay una recompensa: el poder disfrutar de un enclave maravilloso, de unas ruinas diferentes y enigmáticas en práctica soledad, muy lejos de la masificación turística de enclaves igualmente fabulosos como Machu Picchu, en los que el constante tránsito de grupos y explicaciones (a veces fantasiosas) de sus guías dificultan la exploración pausada y reflexiva de sus construcciones.

Choquequirao visto desde el ushnu ceremonial

He comenzado hablando del Apurímac, de su violenta geografía encañonada, de Apus y oráculos porque difícilmente se puede comprender algo de Choquequirao sin ponerlo en contexto, en su íntima relación con el Apurímac y sus apus cercanos, aunque no sean los únicos factores que expliquen su todavía incógnita razón de ser. Este es el primero de los artículos que dedicaré a Choquequirao, a modo de crónica del viaje que realizamos mi esposa y yo al lugar entre el 29 de julio y el 2 de agosto de 2011.

La Pampa de Anta, escenario de numerosas batallas precolombinas y coloniales

LA PAMPA DE ANTA Y EL ENCUENTRO CON EL APU SALKANTAY

Partimos de Cuzco de madrugada, hacia las 5 de la mañana. Aún de noche cruzamos la gran pampa de Anta, una extensa llanura al oeste de Cuzco que fue escenario de diversas batallas. Allí lucharon los incas contra los chancas, los españoles contra los restos del ejército de Atahualpa (capturando y ejecutando a su general Chalcuchima) y también se lidiaron batallas de las guerras civiles habidas entre españoles a los pocos años de llegar al Perú, siendo capturado y ajusticiado el sublevado Gonzalo Pizarro por el ejército del pacificador Pedro de La Gasca. Al llegar al final de la pampa de Anta comenzamos a percibir las primeras claridades en el cielo. Allí se estrecha algo (pampa de Ancahuasi) y la carretera asciende entonces a un pequeño puerto, el abra Huillque (4280 m). Al poco de superarla detuvimos el vehículo porque el paisaje era maravilloso. Bajo nosotros se abría el gran valle de Limatambo y el cielo empezaba a tener un color sonrosado, recortándose en el mismo algunos de los nevados de la cordillera de Vilcabamba.

Amanecer en el valle de Limatambo desde el abra Huillque

El nevado Salkantay (ladera meridional) visto desde el Abra Huillque

Pero si algo llamaba la atención era el Apu Salkantay. Realmente es una montaña imponente. Dada su altitud (6271 m) y proximidad a la selva nubosa, no es fácil divisarlo despejado, pues habitualmente lo envuelven las nubes y nieblas. Pese a mis repetidos viajes por la región, sólo lo había visto en dos ocasiones, la mejor en un amanecer inolvidable desde Phuyupatamarka, en el camino inca a Machu Picchu. Sin embargo desde este abra Huillque me impresionó aún más.

El Salcantay (ladera septentrional, opuesta a la fotografía anterior) visto desde Phuyupatamarka al amanecer (Camino Inca a Machu Picchu)
Detalle de la cumbre nevada del Salkantay. Ladera septentrional, al amanecer desde Phuyupatamarka (Camino Inca a Machu Picchu)

Aunque se ve más lejano que desde Phuyupatamarka, la perspectiva es quizá más imponente, pues desde aquí se ve al Salkantay sobresalir claramente sobre el contorno de la cordillera, a modo de una inmensa pirámide nevada muy por encima del resto, incluso del Soray (5928 m) que se ve algo más allá, a su izquierda.

Nevado Soray (5928 m) desde el abra Huillque

Mirando su enorme mole al amanecer, con el cielo aun límpido y helador de la madrugada, uno comprende rápidamente su carácter de apu. Al regresar cinco días después a Cuzco, pude volver a verlo al final de la pampa de Anta, desde Poroy, poco antes de asomarme al valle de la ciudad imperial. Atardecía y el Salkantay quedó despejado, ofreciéndome una nueva imagen que me dejó de nuevo sorprendido. El sol se ponía tras el nevado, y este proyectaba su sombra en el cielo de una forma asombrosa, que le hacía parecer un volcán en erupción. Este paisaje era visto por los antiguos habitantes de Cuzco, lo que confirmaría su carácter divino. Realmente, el Salkantay no es una montaña cualquiera…

El Salkantay (y el Soray a la izquierda) al atardecer, proyectando su sombra al cielo. Vista desde Poroy, en la periferia de la ciudad de Cuzco.

TARAWASI, SAYWITE y LLEGADA A CACHORA

Descendimos después hacia Limatambo, en el fondo del valle. Allí hicimos una parada en un lugar arqueológico que deseaba visitar hacía tiempo: Tarawasi. No es un recinto extenso, pero sí muy interesante por su exquisita albañilería de piedras perfectamente ensambladas entre sí, incluso formando imágenes florales. Un muro de contención de escrupulosa cantería da soporte a una amplia plaza nivelada.

Detalles del muro de contención inca de la plaza nivelada de Tarawasi, con una perfecta cantería en la que los bloques se disponen a veces en forma de motivos florales.

Sobre dicha plaza hay otra construcción rectangular con 28 nichos rectangulares típicamente incas. Se piensa que esta construcción sería la base de un ushnu o plataforma elevada desde la que se realizaban ceremonias religiosas, principalmente ofrendas de chicha, libaciones, sacrificios y cremaciones. Tal vez algunos sacerdotes realizaban dichas ofrendas en lo alto del ushnu mientras en la plaza se efectuaban otros ritos litúrgicos. Como veremos, en Choquequirao también hay un enorme ushnu, que los incas realizaron truncando y nivelando una colina. Junto a las construcciones incas de Tarawasi hay una gran hacienda colonial actualmente en ruinas.

Muros con nichos trapezoidales de un posible ushnu o plataforma ceremonial. Tarawasi

Tras admirar la belleza y perfección de la cantería de Tarawasi continuamos descendiendo el valle de Limatambo hasta el río Apurímac, que cruzamos por el puente Cunyac. La carretera serpentea por las laderas de su valle, ya bastante encañonado hasta llegar a Curahuasi, lugar conocido por su anís. Poco antes el paisaje del cañón se hace impresionante desde lo alto. No muy lejos de aquí estuvo el famoso puente inca de Maucachaka, cruzado y descrito por cronistas y atemorizados viajeros al mecerse sobre el abismo (véase artículo de este blog acerca de “Q’eswachaka, el último puente inca”). Tras un descanso y desayuno en Curahuasi continuamos viaje algo más de una hora por la carretera que se dirige a Abancay.

Cañón del Apurímac entre Cconoc y Curahuasi

Así llegamos a Saywite. Este es un lugar interesante. Como apremiaba comenzar nuestra caminata hacia Choquequirao, no nos detuvimos a la ida pero sí al regreso. Aquí hay una gran roca tallada en tiempos precolombinos con numerosos motivos zoomorfos (felinos, camélidos, monos, anfibios, lagartos…), representaciones de templos y plazas, conductos, etc. Aunque abundan las teorías e interpretaciones, posiblemente nunca lleguemos a saber el significado y sentido de su simbología, si bien su función ceremonial resulta evidente.

Piedra de Saywite

Junto a la famosa piedra hay un conjunto de recintos y más allá una gran escalera con 9 fuentes escalonadas, de forma parecida a lo que se ve en muchas otras construcciones incas como Machu Picchu, Phuyupatamarka, Wiñay Wayna, etc. También en Choquequirao veremos fuentes escalonadas, aunque de forma diferente a estas. Una de las hipótesis acerca de Saywite es que sería un templo inca de culto al agua y la fertilidad, pero lo cierto es que eso no aporta mucho, pues en otros enclaves incas hay fuentes escalonadas similares, por lo que cabe pensar que el culto al agua (y con ella a la fertilidad) era algo relativamente habitual en cualquier ciudad o población inca donde se alojase, al menos temporalmente, un colectivo religioso.

Valle de Cachora. Al fondo el cañón del Apurímac y la cordillera de Vilcabamba con el nevado Padreyoc (5771 m)

Abandonamos aquí la carretera a Abancay (y con ella el antiguo camino inca que desde Cuzco se dirigía a la gran provincia del Chichaysuyu) y nos dirigimos al valle colindante de Cachora, en cuyo fondo se encuentra la población que le da nombre, San Pedro de Cachora. Al fondo cierra el valle el cañón del Apurímac y unos altos nevados de la cordillera de Vilcabamba: de ellos el que más destaca aquí es el nevado Padreyoc, de 5700 m, también llamado Padriyoc o Padrecháyoc.  Descendimos desde el abra hasta Cachora, a unos 2800 m de altitud. Allí descargamos nuestro equipaje y reorganizamos el mismo, separando lo que llevarían las mulas con los arrieros y lo que portearíamos nosotros mismos. Hacia las 10 de la mañana comenzábamos nuestra caminata: un cartel nos informaba que Choquequirao se encontraba a 31,5 kms. No me asustaba la distancia, pero sí el gran desnivel (1500 m) que tendríamos que salvar al día siguiente desde el fondo del cañón (1485 m) hasta Choquequirao (3000 m)…

© José María Fernández Díaz-Formentí/www.formentinatura.com (2011)

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4 comentarios
  1. Marco Magri P. permalink

    Hola José Maria, te felicito para tu labor apasionado.
    A mi parecer el puente Q’eswachaca no es el que se puede relacionar con el oraculo de Apurimac, encontrandose a varios Kms río arriba, mas se trataría del puente Maucachaca que ya no existe, pudiendose observar actualmente sólo los poderosos anclajes de piedra. El sitio del puente se encuentra a 1/2 hora de camino desde CConoc (Curahuasi) y aquello del oraculo de Apurimac se encuentraría supuestamente en la ribera derecha del río, en el actual territorio del Distrito de Mollepata.
    Marco Magri P.

    • Hola Marco. Por supuesto es como dices, tal vez no has interpretado bien lo que comenté en mi artículo. El puente de Q’eswachaka,al que dediqué uno de mis artículos, está muchos kms más arriba y no tiene nada que ver con el antiguo oráculo, que como expliqué en el artículo, estaba cerca del puente que dices (Maucachaka): ojalá algún día las comunidades de la zona decidan rehabilitar este puente, que tanta importancia histórica tuvo…
      Muchas gracias por tu comentario!

  2. PERCY PERALTA permalink

    jose maria que impresionante tu aventura vivida, en choquequiraw las fotos y paisajes que tomaste son bellisimas. Yo como abanquino me falta hacer ese viaje espero hacerlo lo antes posible, gracias por este inmenso aporte al turismo,

  3. Gustavo Ibarra Imata permalink

    Simplemente hermoso escrito y recreado con hermosas fotografías estoy ya planeando visitar Choquerao después de haber leido Choquerao I, II, III y IV seria un pecado no ir, Jose Maria te agradezco por mostrar lo bello y hermoso que es el Perú, Gracias.

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